Al ilustre Fernando Nadal, uno de los buenos.
- E.T.
- 18 ene
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 25 feb

Ni nos caímos bien al principio, ni durante…. Solo nos caímos bien casi al final. Después de muchos cafés. Después de ir enterrando fantasmas, dudas el uno del otro y el escepticismo. Después de ir ganando minutos y perdiendo el tiempo.
Nuestras respectivas empresas nos habían obligado a una convivencia forzosa. Y ambos somos perros viejos. Buenas palabras, frases elocuentes por ambos lados, pero muchos asteriscos mentales.
No recuerdo exactamente cuál fue la conversación a partir de la que empecé a sentirme cerca. Seguramente no fuera ninguna en concreto, y por eso nuestra amistad se forjó a base de pequeños gestos o pequeñas muestras de generosidad y complicidad.
En realidad somos de generaciones distintas, a todos los niveles. Vital, cultural, mental, estética, económica, tecnológica… pero descubrimos en las costillas asadas del restaurante Applebees de Santiago de Chile un hilo de comunicación.
Ambos disfrutamos de determinadas cosas sencillas como el arte de la conversación, la ironía o el humor inteligente. Aunque él no lo maneje, ni remotamente, con la habilidad que lo hago yo.
Para mí el humor y la conversación son los mejores indicios de vida inteligente ahí enfrente. Eso nos hizo compartir reflexiones y opiniones, a veces en serio y otras en broma. Y descubrir que en un contexto profesional, digamos, escaso de talento, ambos necesitábamos a nuestro lado a alguien que verdaderamente respetáramos y admiráramos para confrontar ideas y opiniones. Y ahí nos encontramos.
Para mí Fernando es una referencia de determinación. Una referencia de sinceridad constructiva y reflexiva. No de esa sinceridad que algunas personas simplemente arrojan por la boca. Quien alardea de ser sincero lo único que demuestra es tener voz, no criterio.
Fernando tiene un criterio. Un criterio que necesito porque representa el de una generación que yo admiro y quiero recuperar. A la que me hubiera gustado pertenecer. Porque las verdades de antes eran más verdad que las de ahora. No es un tema de edad, porque nos separan pocos años, es más un tema de valores, lealtad y honor. Y en mi generación esos son valores cada vez más relativos.
Capaz de reconocer errores y pecados propios si hay alguna enseñanza en ello. Capaz de utilizarme de forma abierta cuando lo necesita sin preocuparse de si eso es procedente, porque sabe que no le fallaré. Capaz de decirme si algo que pienso es una tontería, sin elegir las palabras más cómodas. Un estratega y un geopolítico increible. Y la contraparte a algunas de las carcajadas mas gratificantes que recuerdo.
Después de años de relumbrón profesional en la comunicación, las grandes corporaciones y el estrellato empresarial, Fernando vive ahora comprometido con su proyecto profesional, su mujer y su familia. A veces aún da muestras de su genialidad e influencia, y por eso es adorado por sus amigos, y temido, porque es temible, por sus enemigos.
Querido Fernando, aunque este agradecimiento solo suma uno entre mil, tienes en realidad una cuota muy importante en esta sensación de querer compartir con el mundo algunos nombres importantes en mi vida.
Editado: Como este proyecto viene de años, han pasado cosas. Fernando volvió a España. Regresó tras un duro revés y, en un enésimo giro de guion, ha tenido que recomponerse y reinventarse. Alejado de los pasillos corporativos tiene ahora una nueva pasión: la novela histórica. Con una dedicación y una disciplina admirable, digna de esa generación que tanto añoro. Ha recorrido cada uno de los pasos del fangoso mundo de la publicación editorial. He visto todo el proceso muy de cerca. Las madrugadas y su fuerza de voluntad inquebrantable han ido dando forma a una trilogía en la que cree con un determinación infinita. Y por fin, estos días se publica la primera parte de su trilogía, La Daga del Rey, en una de las editoriales más importantes.
No solo es motivo de alegría y orgullo como amigo, para mí es la constatación de la gente como Fernando es la que tiene razón. Ellos son los buenos. Son gente de valores y de verdad. De nobleza con mayúsculas. Como los personajes de una novela épica.
La mediocridad o la inmediatez no van con ellos, ellos creen en algo más valioso, más duradero y luchan por ello porque no entienden la vida sin hacer lo que les dicta su honor.
Mi agradecimiento sigue creciendo con los años, por la cercanía y por compartir conmigo toda esta novela vital. Eres un referente para mí, no obstante, debo aclarar que eres un pésimo conversador con un carácter insoportable por que el yo merezco el cielo mucho más que tú.
Querido Enrique, después de leer esto que has escrito, no sé si darte un abrazo, una colleja o pedirte que escribas mi epitafio. Qué capacidad la tuya para construir un relato donde hasta nuestras diferencias parecen haber sido parte de una estrategia divina para forjar una amistad improbable… pero real.
Me he reído, me he emocionado y, aunque no lo admitiré en público, incluso me he sentido halagado (¡milagro!). Pero no te acostumbres: solo te permito este tipo de textos una vez cada cinco años. Como las vacunas, demasiado seguido puede provocar reacciones adversas… como que empiece a creérmelo.
Dicho eso: gracias. Gracias por ver en mí cosas que ni yo mismo alcanzo a ver a veces. Por estar, por…