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A Rodrigo y Rodrigo, un descubrimiento doble.

Actualizado: 8 may


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Dos chilenos de pro. Más chilenos que el manjar. Dos arquitectos. Dos verdaderos amigos entre ellos y ojalá también míos en la distancia.

 

No me resultó nada fácil. Cuando un español llega a Chile como un desconocido, le cae encima la historia y los prejuicios. Y si encima ocurre en un proyecto tan importante para ellos  las reservas eran aún mayores. Ellos habían dedicado ya años a juntar las piezas para levantar en Santiago un desarrollo urbanístico de primerísimo nivel. Con un gran componente emocional. Todos los socios veían en aquellos miles de metros cuadrados una genuina vocación de hacer algo que trascendiera los cánones habituales de aquella ciudad. Idear un espacio, un barrio donde la sensibilidad humana, la creatividad, el arte y la cultura fueran protagonistas. Santiago es una ciudad con sus encantos y su miserias, sus luces y sus sombras y desde luego aquello iba a ser una especie de oasis.

 

Mi encargo era generar de aquel proyecto una identidad, una marca, una personalidad y filosofía que no se pareciera a nada de lo que existía en Chile.

Poner en palabras e imágenes lo que entre todos ellos imaginaban. Porque no eran pocos los que dirigían el proyecto y en realidad visualizaban lo mismo. Como en todo macro proyecto siempre hay varias partes, roles y sensibilidades, pero los dos Rodrigo eran una de las ramas más sólidas de aquel árbol aun por plantar. Cada uno con sus propias prioridades, pero como un duo inseparable en cualquier caso.

 

El carácter chileno es dulce como el manjar, afable y simpático, pero solo de entrada. Cuando uno busca una afinidad mayor, el chileno se vuelve reservado. Resolver un almuerzo y una reunión es sencillo, pero crear confianza es otra cuestión bien distinta.

 

Lo hice de la única manera que supe que fue poner a su proyecto el alma que necesitaba. No puse el foco en mí, ni mis credenciales porque de poco servirían, sino que me remangué y me puse manos a la obra. Y las muchas reuniones y propuestas creativas, los textos, las ideas fueron creando un suelo firme. Y tiempo después por fin la confianza que necesitaba.

 

Tuve que construir desde muy abajo. Mi dedicación fue plena y me costó encontrar las palancas y los recursos para alinear tantas ideas. Pero ocurrió.

Y mientras todo iba tomando forma compartí con ellos muchas horas de reflexiones, de reuniones, de almuerzos y momentos. Y más que descubrirles yo a ellos, sentía que ellos me descubrían a mí, “este españolito xxxxx que nos viene a contar sus weás”. Conocí a las personas, conocí sus circunstancias, sus aficiones, sus manías y creo que puedo decir que son los primeros chilenos a los que verdaderamente he conocido bien. A otros simplemente los conocí, pero a ellos los aprecio aun a dia de hoy por el cariño que al final me dedicaron.

 

Los proyectos llevan y traen a personas. Con los años hace unos días recibí un mensaje de uno de ellos invitándome a la inauguración oficial. Años después y superada una fase de construcción interminable, una revolución social en Santiago, una pandemia, unas elecciones... e imagino que no pocas batallas internas. Me emocionó la invitación. Y me sirvió para confirmar que el cariño era sincero.

 

Gracias queridos. Por la oportunidad primero y por la confianza después. Entre todos vosotros habéis conseguido algo único. Poco común. Hacer realidad un lugar imaginario. Yo os ayudé a ponerle cara y ojos. Pero el alma se la pusisteis vosotros. Ahí queda una marca y una amistad.

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