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A Pedro y sus amables palabras.

  • Foto del escritor: E.T.
    E.T.
  • 14 ene
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 25 feb


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Había sido un día mas. Estaba en el aeropuerto de regreso de Palma de Mallorca.  Repasaba notas y hablaba de naderías con mis compañeros de viaje, cuando crucé la mirada con una cara conocida.

 

Cuando de pronto ves a una persona con la que ya no mantienes contacto, hay un primera sensación muy clar. Es posiblemente el test más importante. Esa primera sensación es tan pura y nítida que te predispone para el resto del encuentro. Es un Si o un No. Claro y nítido. Pedro fue un si rotundo y no rehuí la mirada sino que quise saludarle.

 

Fue un antiguo colaborador en mi época corporativa más boyante.  Yo llevaba ya tiempo en la compañía y algunos logros que me permitían gozar de cierta tranquilidad, a mi nivel. Para él sería su primer o segundo trabajo. Era joven y seguramente inexperto, pero desde el principio detecté en él una categoría y maneras engoladas que denotaban abolengo. Tanto que hasta podían resultar impostadas, pero que tras un tiempo de relación comprobé como sinceras y naturales. Herencia de unas buenas costumbres y entornos.

 

En definitiva, una persona de trato exquisito. Tanto, que ha hecho de él su principal herramienta de trabajo. Su apellido en alguna ocasión le abrió más de una puerta, pero siempre tuve afinidad y sensación de estar con alguien honesto y voluntarista.

 

Fue una conversación de quienes a pesar de llevar mas de 10 años sin verse, mantenían una empatía y cercanía.  Pedro me contó su devenir profesional. Varios cargos y varias empresas en los últimos años. Todas buenas, de relumbrón y desde hace unos años de Champions. Y siempre como denominador común las Relaciones Públicas.

 

Supongo que yo traté de darle la mejor versión de mi situación profesional como pude. Ya que en esos días mi perfil y mi futuro no estaban aun definidos.

 

De pronto, sin venir a cuento y con una espontaneidad que me sorprendió, Pedro puso su mano sobre mi hombro y comenzó a contarme que sentía por mí una gran admiración y respeto profesional. Me habló de forma segura y directa. Sin timidez ni rodeos. Me contó que siempre que alguien le había hablado de mí, siempre nacían de él buenas palabras y halagos.  Que el tiempo que coincidimos había tenido en mí la mejor referencia profesional. Me dijo cosas para las que uno difícilmente puede estar preparado para oír y que no supe cómo responder más allá de alguna broma para quitarle peso.

 

La conversación derivó hacia cualquier otra cosa. Pero yo mantuve el asombro en silencio. Me sorprendía que alguien como él fuera tan transparente. Me sentí como un viejo profesor al que un alumno le saluda años después y le confiesa su admiración y le agradece su dedicación.

 

El discurso encajaba perfectamente en el perfil y maneras de un Relaciones Públicas profesional, pero el grado de entusiasmo que detecté al decirme todas aquellas cosas me hacían pensar que era sincero. Fue una lección de sinceridad que aun mantengo muy presente.

 

Y de alguna manera es la razón de ser de este libro. Cuando sientes cosas por una persona hay que sacarlas. Antes o después, en el momento o en un aeropuerto 10 años más tarde. Pero estoy seguro que su sensación al decírmelo cara a cara debió ser tan agradable para él como para mi oírla. Por eso gracias Pedro. Tus palabras me animaron; me sorprendieron pero me hicieron sentir orgulloso. También me sentí envejecido, pero te lo perdono. Y gracias también por los otros gestos profesionales que en estos años has tenido conmigo. Me siento en deuda.

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