A Oscar, y su amistad inquebrantable
- E.T.
- 27 ene
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 25 feb

Hay personas a las que en realidad no sé definir ni categorizar. Porque no puedo verlas ya desde fuera sino que están muy dentro. Como lo está un hermano, pero un hermano si tiene una categoría; y la categoría de amigo en este caso se queda claramente corta.
Sería la categoría en la que dos personas durante más 25 años van pasando juntas por ese montón de grandes cosas que van escribiendo la vida: familias, trabajos, amistades, hijos, viajes… pero siempre cerca de forma constante, valiosa y necesaria.
Me cuesta separar a Oscar de Luis y Oscar, porque los tres hemos compartido vidas desde siempre en una maravillosa amistad que es el hormigón que lo aguanta todo.
Oscar es ese amigo jodidamente alto y guapo al que tú, con suerte, haces de comparsa. Visto de fuera, está el y el que le acompaña. Que por pura estadística solía ser yo, ese otro normalito tirando a soso. Sin embargo es una cualidad que siempre le ha marcado para bien. Sabedor de su naturaleza ha ido construyendo sus gestos y habilidades a favor y no en contra de eso. Esa ventaja inicial siempre la ha usado con inteligencia. Porque tiene además una mente privilegiada para el análisis, la planificación y un criterio profesional de altísimo nivel.
Uno de sus rasgos más personales es su infinita capacidad para generar en su cabeza historias para no dormir. Encontrar grandes titulares que marcan un antes y un después de su vida. Grandes encrucijadas vitales, o simples momentos del día a día, pero siempre con una gran carga dramática, y casi siempre infundada.
Argumentaciones complejas y elaboradas, datos incuestionables que afortunadamente se desarman solos. Porque son irrebatibles en un plano teórico, pero simplemente irreales a pie de tierra. Durante los primeros 20 años, me afané en ayudarle a aterrizar cada nueva encrucijada mental en la que se encontraba. Con discusiones apasionantes sobre naderías o pandemias. Sobre desencuentros con personas, proyectos fallidos o las mil y una emociones cotidianas que los amigos comparten cuando no existe ni una sola barrera entre ellos. Siempre con permiso para decir cualquier cosa y siempre con una broma hilarante de por medio.
Recuerdo momentos concretos de su vida verdadera y extraordinariamente duros en los que simplemente pude estar cerca, escuchar y esperar juntos una solución. Encrucijadas verdaderas y sobrevenidas de las que uno solo puede dar afecto y tiempo.
Hace unos años Oscar me regaló una palabra que a día de hoy me guardo en favoritas. Cuando yo me fui a vivir a Chile, no tenía clara mi fecha de regreso. Y me daba autentica pena lo que dejaba en Madrid, entre ellos a mis dos grandes amigos Luis y Oscar. Las pocas veces que hablamos de eso, recuerdo una conversación en la que me dijo que nuestra amistad era algo inquebrantable. Otro de sus grandes titulares.
Pero este lo abracé de otra forma. Eligió esa palabra tan recordable y precisa que me produjo una enorme de tranquilidad. Significaba explicitar que yo no perdería a un amigo a pesar de irme a 10.000 kilómetros. Aquello podría parecer muy obvio, pero el hecho de oírlo decir, lo convertía en una especie de pacto. Lo agradecí porque era yo quien se iba y sentía que traicionaba nuestra amistad. Y es una palabra que me repetí en muchas ocasiones cuando estuve lejos porque me reconfortaba saber que siempre podría volver y no haber perdido nada importante.
Hoy Oscar sigue dando titulares, pensando en volver a dar la vuelta al mundo de mochilero con Nina, tocando la batería, yendo en moto y haciéndome sombra. Pero ahora, desde la madurez y la serenidad nos damos collejas, nos reímos de la vida más que preocuparnos por ella.
Pasan los años y no se cuál será la próxima gran cuestión que compartiremos, ojalá sean buenas como la boda de nuestros hijos, los nietos… porque cuando las cosas importantes ocurran, sean buenas o malas, yo seguiré estando aquí. De forma inquebrantable.
Comentarios