A mi suegra, la abuela que yo diseñaría para mi hija.
- MIL GRACIAS
- 22 feb
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 8 may

En estos días mi suegra está en casa. Por temas logísticos. Mientras ella está aquí, la casa es diferente. Hay una calma distinta.
Ella es el estereotipo de una generación como no habrá otra: Estoica y resignada. A lo que hay añadir que es maña y por tanto aguerrida. Le mantiene viva el rencor a los políticos, a lo moderno y ver crecer a su nieta. Tiene esa edad en que solo ve cadenas de televisión inflamables, lee, lee y lee y reniega de todo si le preguntas. Pero con todos esos ingredientes resulta paradójicamente entrañable siempre.
Con esa misma entrega escucha misa a diario en la televisión. Sentada sola en el sillón y absorta en su mundo y levantándose con esfuerzo cuando el sacerdote eleva sus manos ne la pantalla.
Yo, desde mi despacho, con mi ordenador y mi fantasía marketiniana me siento superficial cuando veo la devoción, la entrega y la fortaleza de esa mujer. Y eso me hace reflexionar y relativizar. Compararte con una generación anterior es una gran cura de humildad. No somos como ellos y ellos eran simplemente mejores.
Una generación que tenía obligaciones y no derechos. Sé que aún recuerda la sensación de los bombardeos de la guerra en Zaragoza. Más que la imagen, la sensación de estar envuelta en una manta en un subterráneo. En su juventud cantó y bailó jotas en un grupo y recorrió provincias. Y también fue ayudante de un dentista hasta que se casó con Martín, al que acompañó y asistió hasta el último suspiro.
En aquel último soplo de vida de Martín, un suspiro que debió ser fisiológico más que espiritual, ella estuvo allí y le respondió. Como en los últimos 60 años de su vida juntos. Le llamó esperando que él hiciera algún gesto o algún sonido. Que siguiera ahí. Pero ya no ocurrió.
Tuve que acompañarla fuera de la habitación. Juntos vimos como Martín simplemente se fue. Fue una sensación que nunca antes había sentido, tan clara, tan cierta, y una serenidad para la que ambos ya estaban preparados. Incluso entonces ella mantuvo una vez más la compostura. Como cada día y cada minuto desde que la conocí.
La gente no nace así, la gente se construye de hormigón por dentro. Se arma son sus valores, su fe, sus verdades y sus maneras y se entregan a ellas de forma incondicional. Ojalá cualquiera de nosotros tuviéramos hoy esa fortaleza existencial. Con esa abnegación y compromiso. La generación del rosario y la austeridad.
Y aun con esa increíble integridad es una mujer cariñosa. Y su cariño es más caro y más valioso que otros, porque ella no es una abuela frágil y amorosa de la que esperar achuchones a cada momento.
Cuando está en casa es comedida, perfecta y respetuosa. Nada que ver con la suegra que tuvo mi mujer, mucho más intensa. Ella lee, pasea, conversa cuando nos cruzamos por la casa y el tiempo pasa, los días se suceden y todo sigue en su sitio.
Al contrario de lo que dice el imaginario español, tener en casa a tu suegra (de vez en cuando) nos reconforta, nos ordena, y nos recuerda que todo está bien. Nos enfrenta a nuestra normalidad que para ella es tan extraña y a nuestros básicos.
Gracias suegra por tu presencia tranquila, por tu rectitud, por tu ejemplo sencillo y por ser la abuela que diseñaría para mi hija. Ella más que nadie ha sentido la importancia de tus valores, tu fe y tu cariño.
Comentarios