A Karl, un enorme ser humano.
- E.T.
- 12 ene
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 26 feb
Es otro de los gigantes que se han cruzado por mi vida profesional. Gigante en muchos sentidos, desde el literal hasta el profesional y sobre todo el humano.

La primera vez que le ví, me asaltó inevitablemente la imagen de “tiburón” el personaje de aquella película de James Bond de los 90. Sé que no habré sido el primero ni el último al que le haya pasado, pero quizás si sea el primero que lo haya escrito. Es un tipo importante en la industria del Real Estate y este tipo de osadías podrían salir caras si no tienes una cierta amistad con él.
Era una oficina corporativa en Londres. Karl, al que todos reverenciaban lideraba un proyecto inmobiliario y hotelero en el que yo participaba. Un proyecto con grandes nombres propios, mucha inversión y se respiraba la sensación de que todas las partes debíamos dar el máximo para estar a la altura del proyecto. Poca broma.
Su opinión era clave, su aprobación imprescindible y su liderazgo necesario ya que había tantas partes implicadas que eran precisas por igual dotes de mando y elegancia.
Aquel enorme ser humano, era precisamente eso, humano, cercano, inteligente, hábil. Una mente privilegiada, pero su descomunal mentón y su peculiar bigote me seguían distrayendo; cada vez que se movía me sorprendía de nuevo su envergadura. Tenía un acento claramente no inglés y una oratoria exquisita que daba al personaje rasgos aún más novelescos. Me imaginaba a un oficial de sastrería de Savil Road tomando las medidas de sus hombros, subido a un taburete y resoplando a cada nuevo dato que apuntaba. Un zapatero artesano rebuscando por su almacén hormas más grandes.
A la segunda o tercera reunión dejé de distraerme. Aquel proyecto avanzó durante meses y poco a poco fuimos construyendo una relación más cercana en los descansos de las reuniones y algunos almuerzos. Siempre sentí que era alguien de trato impecable, cariñoso y amable como queriendo compensar la inevitable distancia que su físico generaba.
Con el tiempo el proyecto acabó con éxito y nos distanciamos. Uno o dos años más tarde, en otro viaje esporádico, se me ocurrió simplemente decirle que andaba por la ciudad con otro conocido. No esperaba ninguna respuesta, o en todo caso una frase amable por su parte. Con tantas idas y venidas profesionales he comprobado muchas veces que uno solo vale lo que sus proyectos, los nombres propios o de empresas que lleva consigo. El mundo de las relaciones profesionales suele generar grandes decepciones con las personas. Como si muchos no supieran gestionar las emociones de mundos tan distintos. O una cosa o la otra. Absurdo.
Pero no fue así. Karl se tomó la molestia de acompañarnos a un café bajando de su atalaya corporativa. Me sorprendió cuando al llegar nos dio un sentido abrazo y la naturalidad con la que empezamos a hablar y reír. Y por supuesto volví a sorprenderme de su envergadura. Cada vez que cogía la diminuta taza de café, mi enfermiza imaginación me disparaba imágenes de esas películas en las que un gigante de enormes manos juega delicadamente con un niño…. Pasamos dos horas de confidencias, y notando como aquel gigante sentía un aprecio sincero, como yo. Me contó algunos planes profesionales, familiares, su casa en las montañas y pude conocer un poco mejor su vida. Pero sobre todo me sentí aliviado al pensar que no soy el único que es capaz de seguir siendo una persona a pesar de estar con gente por motivos profesionales.
A día de hoy seguimos compartiendo mensajes en Navidad que yo siento sinceros, y ese cariño puntual que dan las relaciones profesionales que trascienden a lo personal. Gracias Karl por tu enorme, enorme humanidad.
Comentarios