A Federico, y aquella reunión de película.
- E.T.
- 26 ene
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 6 jun

Muchas películas empiezan con un momento clave, crítico, para el protagonista que le cambia la vida. Yo tuve una reunión así. Una reunión que con un buen guionista daría para una serie, de varias temporadas.
Federico era el presidente de una gran compañía hotelera. La última palabra. El emperador que con su pulgar salvaría o arruinaría mi carrera profesional. Pero como cualquier proyecto relevante, había tenido, muchas fases, aprobaciones y filtros intermedios antes de llegar al gran día.
Yo había trabajado en aquella presentación durante meses. Dia y noche. En medio de una angustia e incertidumbre que me bloqueaba por momentos. Pensaba que no sería capaz de hacer algo digno, porque nunca había hecho nada tan especial por mí mismo. Tenía que idear un concepto para un hotel de diseño en Chile para una marca con una personalidad y rasgos únicos.
Yo vivia en Chile pero estaba de regreso. Había fracasado allí, pero regresaba con ese proyecto bajo el brazo, como única tabla de salvación. Como la puerta de Titanic en la que Di Carpio se afanaba por subir y que solo sirvió para Kate Blanchet.
La primera de la cadena de aprobaciones la conseguí en Chile de los inversores y propietarios del hotel. Tras meses de tanteos, vuelos de ida y vuelta con un dinero que no tenía, y de que me escrutaran profesionalmente durante semanas, finalmente habían confiado en mí.
Yo había trabajado en esa presentación haciendo verdaderos malabarismos. Como Will Smith en la angustiosa “En busca de la Felicidad” para conseguir vender aquellas máquinas de Rayos X que cambiarían su vida. Esa aprobación inicial fue la primera bola de partido que salvé.
El siguiente doble o nada me esperaba en Madrid. La compañía hotelera, la marca, debía dar el visto bueno también. La primera aprobación era imprescindible, pero a la vez no significaba nada si luego no era aprobada en Madrid. Era una alegría pero con un enorme asterisco.
Yo había trabajado, precisamente, en aquella empresa hotelera 10 años atrás. Pero lejos de ser una ventaja, en la compañía quedaba al parecido a un rencor hacia mí por haber abandonado el barco.
En este segundo cara o cruz, el ambiente era claramente hostil. Me recibían porque los propietarios e inversores del hotel me habían contratado, pero mi regreso a aquellas oficinas no parecía muy amistoso. Como cuando Gene Hackman entra por primera vez al vestuario del equipo en Hoosiers.
Dejé que mi trabajo hablara por si solo. Que el juicio fuera contra el concepto y no contra mí. Me tomé más de una hora. Era una presentación larga e intensa. Yo lo sabía, pero necesitaba contarla bien.
Y fue un éxito. Volvía a casa entusiasmado, como cuando Jerry McGuire firma su primer contrato y busca en la radio alguna canción con la que poder cantar a gritos en el coche.
Pero cuando pensaba que ya estaba hecho me informaron que en unos días debería presentar ante el Comité de Dirección y el nuevo Presidente, que aprobaba personalmente cada nuevo proyecto.
Una vez más tenía que recomponerme y afrontar otro momento crítico. Como cuando Rocky tiene que hacer una última lucha que no pensaba hacer y a la que se ve abocado.
Esa persona era Federico. Un CEO omnipresente, intenso e implicado en cada detalle. Acostumbrado a hablar de marca, conceptos, experto en marketing y un con una fama de exigencia descomunal. Y que había impuesto en la compañía un ritmo frenético que pocos podían seguir.
Algunas antiguos compañeros que se habían enterado de mi visita me llamaron.Y los comentarios eran unánimes: “Mucha suerte, prepárate bien, mas te vale ser impactante de entrada, si te concede más de 10 minutos será un éxito. Ve al grano, consigue su atención en 20 segundos o estás fuera. He visto acabar reuniones con proveedores en segundos por no estar a la altura….”
Aun así, yo me había prometido que la presentación solo funcionaría si yo conseguía contarla bien. No haría lo que todo el mundo me había advertido. No la resumiría, no buscaría un impacto inicial…
Y llegó el día.
Llegué a la sala del Comité, una sala en la que años atrás había estado tantas veces, pero que ahora me producía un miedo reverencial. Esperé en un sillón fuera con mi maletín y hice un repaso mental bastante atropellado de todo el proceso y de la presentación. Y todo lo que me jugaba con ello, los viajes a Chile, mi situación financiera…De pronto Ana, su secretaria personal, apareció y me dijo. “Hola Enrique, ya puedes pasar”
La sala estaba llena. Unas 10/12 personas y alguna cara conocida con la que compartí algún gesto. Pero no tuve tiempo de pensar mucho. Yo esperaba esos segundos infinitos a que el ordenador arrancara y se abriera la presentación, mientras todos miraban mis movimientos en un silencio sepulcral.
En la cabecera estaba Federico. Me saludó sin apenas levantar la cabeza de sus papeles dijo: ¿empezamos?
Me sentí como Tom Cruise frente a Jack Nicholson en “Algunos Hombres buenos” cogí el vaso de agua tembloroso , di las gracias y empecé a hablar : “Esta es una presentación muy especial, me han aconsejado varias veces y varias personas que sea directo y ágil. Pero quiero ser honesto, está cocinada a fuego lento, esta es una presentación de matices. Si no puedo contarla bien no funcionara”. Y esperé una respuesta. ( pausa dramática)
No se si fue una temeridad, pero yo merecía poder contar mi concepto como merecía. Todo, literalmente, dependía de aquella presentación y decidí poner mis condiciones. Yo ya no tenía nada más. Era eso o el abismo.
Federico levantó la cabeza y me miró. Supongo que no muchos proveedores antes que yo habían empezado así una reunión con él. Contraviniendo las instrucciones claramente recibidas y enfrentándose a una patada en el culo. No sé cómo sonó mi mensaje en su cabeza, pero desde luego era sincero, sentido y desesperado.
Lo que ocurrió a continuación fue ese momento mágico que toda buena película debiera tener. Federico miró hacia la puerta y preguntó a su ayudante, ¿cuanto tiempo tenemos? ¿Qué tenemos después? cancélalo o retrásalo. Me miró y me dijo: “tenemos 45 minutos”. Y desde ese instante tuve toda su atención. No volvió a mirar papeles y me sentí plenamente escuchado.
La reunión duró más de una hora. Disfruté contándola y disfrutaron oyéndola. Su pulgar fue hacia arriba. Más que eso. Hablamos de forma distendida. Metido de lleno en mi concepto, me olvidé todo y solo hablaba de los detalles, de las sensaciones, de las imágenes, y de la fuerza que tendría un concepto así y cómo encajaba en la filosofía de la marca… hubo intercambios de ideas, aportaciones, fue increíble.
De regreso a casa encontré rapidamemnte una canción para gritar en el coche.
Al día siguiente por la mañana me llamó otra persona de la compañía para empezar a trabajar de inmediato en el siguiente proyecto en Amsterdam. Y aún hoy sigo emocionándome al recordar todo aquello. Aquella secuencia, de la tensión al alivio. Del recorrido hasta llegar ahí, de las horas que dediqué a aquellas imágenes…. Y todo lo que vino después.
Querido Federico, Gracias. Por esa hora de tu atención. Por dejarme contarlo como merecía. Gracias por todos los proyectos que vinieron después. Gracias por las conversaciones que hemos tenido. Por los retos nuevos que me has puesto delante y por seguir escuchándome cuando necesito contar algo despacio a pesar de que tu vida sea siempre frenética.
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