A Cris, mi hermana
- E.T.
- 13 feb
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 14 mar

Siempre he admirado su inteligencia natural, que ella no siente como tal. Ese humor y gracia espacial para contar situaciones y anécdotas, las miles de ocurrencias y esa infinita biblioteca de analogías que siempre tiene disponible.
Fuimos unos niños felices y cercanos. Era mi hermana mayor y eso marca mucho. Y yo siempre estuve cómodo de segundón o tercerón. Pasaron las décadas y la relación se ha ido cargando de nuevos significados. De guardarnos secretos de adolescentes, hemos pasado por la muerte de nuestros padres y todas esas zancadillas que ocurren que unen o desunen familias. Por suerte a nosotros nos unió más.
Me propuse que este proyecto (mil gracias) además de expresar cariños, fuera fundamentalmente un lugar para el agradecimiento. Lo he pensado mucho y creo que le estoy muy agradecido por algo muy concreto.
Ella fue la primera de nosotros que llamó a algunas cosas por su nombre. Como hermana mayor. Al principio me incomodaba escuchar sus opiniones porque pensaba que era una forma de rebeldía y porque atentaban contra pilares y verdades aprendidas desde niño. Yo, desde mi inocencia, pensaba que mirar a un lado ocultaba los problemas. Y que aprenderme algunas respuestas evitaba las preguntas incómodas.
Descubrí que se podía decir que nuestra casa no era la más bonita y que tenía goteras. Que aquel amigo de mis padres era en realidad un borracho. Que algunas personas eran objetivamente raras por muy amigas que fueran. Que algunas de las cosas que pasaban eran culpa de alguien. Que se podía hablar de dinero. Que los padres no eran los Reyes Magos y que la gente miente.
Siempre me ha caracterizado mi gran candidez e ingenuidad. Me daba pereza hacerme una opinión sobre las cosas. Pero gracias a que ella ha ejercido de hermana mayor desde siempre, me ha ido desbloqueando en muchos momentos de la vida.
En todas las casas hay unos cajones que no se pueden abrir. Guardan esas cosas de mayores. De pequeño estaba prohibido, y de mayor simplemente ya no los miras. Pero siempre llega un día que hay que abrirlos.
Son cajones de todo tipo: familiares, de amigos, de deudas, de problemas de salud, de hijos, de hermanos… Ella los ha ido abriendo sin titubear. Ordenó en mil carpetas de colores muchos de nuestros sentimientos, poniendo etiquetas a cada cosa, con esa letra infantil suya, pero con la determinación y la solvencia de siempre.
A veces las carpetas se llamaban IVA, IBI o SEGUROS, pero otras, más importantes, se llamaban “mentiras que nos contaron”, “mamá no era perfecta”, “hay que vaciar ese trastero” o “ tenemos un problema”.
Siempre con una sinceridad y objetividad que me hacían escuchar y no dudar. Yo siempre había sido más de pensar y recrearme en el problema, de dar patadas hacia delante a cualquier pelota, pero ella de ordenar y resolver en caliente. Y esa es una gran lección para mí.
Así que gracias por eso hermanita. Yo no estaba hecho para la gestión de la verdad, sino para disimularla. Incluso de adulto, jugar a ser mayores me vino grande mucho tiempo y me ayudó mucho fijarme en ti. Primero con tu ejemplo, y luego por mi cuenta, he entendido que más vale ser práctico que romántico.
Gracias por ser y hacer de hermana mayor, por tus miles de carpetas que me han ordenado muchas ideas. Y por enfrentarme a las mentiras que de niño nos tragamos sin masticar, como el pisto.
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