top of page

A Chokeka, mi madre.

  • Foto del escritor: E.T.
    E.T.
  • 18 ene
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 25 feb


ree

Chokeka era mi madre, pero llamarla solo mamá me sabría a poco. Sería un etiqueta que se le quedaría tremendamente corta. Porque ella no solo era mi madre. Ella era además una personalidad, un nombre propio. Siempre fue intensa, poderosa, trascendía, avanzaba, proponía…

 

En la vida se aprende por afinidad y por contraste. Aunque no lo recuerdo, quizás de muy pequeño sentí que no era la madre acogedora y amorosa que otros niños tenían, pero desde siempre he pensado que hoy me siento suficiente y seguro gracias a eso.

 

Como madre nos sacó las castañas del fuego familiar muchas veces. Nos hizo fuertes e independientes. Nos dio todas las oportunidades y la libertad. Provocó cambios y no dejó que la inercia o la apatía gobernaran nuestra casa. Y como empresaria se esforzó para no ser una madre de familia convencional. Ni siquiera su nombre era normal. Trabajaba a destajo en su negocio cuando por generación y entorno no correspondería. Hizo lo que quiso, como quiso y se sintió orgullosa de sí misma.

 

De todo esto solo me he ido dando cuenta de adulto y con mi propio criterio. Si ahora conociera a mi madre estoy seguro que pensaría de ella que es una gran mujer. De las que no deja indiferente a nadie. Y desde luego la elegiría mil veces antes que otras muchas madres perfectas que he conocido.

 

La vida no es justa, lo sabemos, pero con ella se cebó. Cuando ya le tocaba disfrutar, la vida le paró los pies y eso es lo peor que le puede pasar a quien se mueve por naturaleza. A los 6 meses de jubilarse su sangre se le hizo bola, como aquellos ivas, letras y créditos que se le atragantaban.

 

Sus últimos años no los mereció. Nadie merece estar tan triste cuando ha generado tanta vida a su alrededor. Nosotros torpemente intentábamos llenar sus vacíos, pero no lo conseguíamos. Fue tan injusto que casi le agradecí al covid que acabara con su tristeza. Toda su generosidad no tuvo la recompensa de una vejez tranquila disfrutando de sus nietos.

 

La enfermedad le hizo bajar defensas y al final ya solo mostraba afecto. Un cariño emocionante y dulce, indefenso. Y esa fue la única etapa en la que he pasado más horas  cogiendo la mano de mi madre.

 

Hoy lucho por borrar esos últimos años de recuerdo que tanto pesan y que no le hicieron justicia. Prefiero aferrarme a la Chokeka combativa, la que llenaba las vidas de los demás y llenaba de regalos su casa para los nietos en navidad, y llenaba la despensa de cualquiera. La que me trató como un adulto cuando yo no me sentía aun así. La que se apuntó a los 60 a la universidad que le negó su generación. La que iba por delante y miraba lejos. La que no se paraba donde otros retrocedían. La que eligió ser líder antes que ser una madre ñoña e hizo que tantas cosas buenas nos pasaran como familia. Tuve una madre atípica e increíble. Ahora lo se.

Comentarios


bottom of page