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A Antonio, y los nuevos principios...

  • Foto del escritor: E.T.
    E.T.
  • 14 ene
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 25 feb


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Cuando regresé de la aventura empresarial chilena, con el rabo entre las piernas y la sensación de fracaso bien interiorizada, mis perspectivas eran pocas o nulas.

 

Un final sobrevenido y nada amistoso con los socios de la empresa, me obligó a tirar de recursos. De todo tipo. Económicos, anímicos, sociales y creativos.

 

En aquellos años había sabido de amigos y conocidos que habían salido de empresas y andaban desorientados. Mi generación, en el entorno de los 45 años en aquellos años, era la más castigada y yo no podía ser parte de esa estadística.

 

Nunca entré en pánico. Pero la situación era bastante crítica. Yo solo tenía un proyecto a la vista. Una posibilidad. Había ido preparando y convenciendo a un cliente chileno para diseñar un concepto de hotel, pero no llegaba el momento de firmar.

 

Días antes de mi regreso definitivo a España me despedí de muchas personas. Amigos y algunos clientes. Y fue precisamente ese cliente, en una conversación casual, de despedida, quien me dijo que por fin me encargaría el trabajo. Estuviera o no en Chile el proyecto sería mío.  Yo había desistido, ni siquiera tenía una empresa montada y viviría a 14 horas de avión. A veces la vida tiene estas cosas. Trabajas durante meses en una idea y la consigues en el momento más inoportuno.

 

Aparte de aquella conversación, yo ya no tenía nada más. Volvía a España después de casi dos años. Sin un plan, sin perspectiva, sin dinero y solo traía en el bolsillo una conversación casual. Por primera vez en mi vida a los cuarenta y muchos estuve en una oficina del INEM.

 

Pero en los meses siguientes hice que ocurriera. Me agarré a aquel clavo ardiendo sin mirar a otro lado. Creí en ello. Implicó viajes, tiempo, y gastar el poco dinero que me quedaba. Noches de insomnio e insoportables esperas. Medir tiempos, provocar conversaciones sin impacientarme, templar mi desesperación mientras mi cuenta corriente tiritaba…. De esos días, de aquella angustia, guardaré siempre un recuerdo nítido y punzante.

 

El proyecto finalmente ocurrió y fue un éxito. Gustó mucho a los propietarios del hotel. Puse en él mis horas, mis días y mi futuro. Aunque se trataba de un proyecto hotelero en chile, la cadena hotelera que operaría el hotel era española y semanas después tuve que presentarlo en las oficinas centrales de Madrid.  Aquel fue otro de los días más especiales de toda mi vida profesional que contaré en otro agradecimiento.

 

A raíz de aquella presentación contacté con Antonio, un alto ejecutivo de la cadena. Yo diseñaba conceptos de marca para hoteles que él se encargaría de construir y poner en marcha. En esta aventura de idas y venidas, de reinvenciones personales, Antonio fue la persona que más me ayudó, sin saberlo, en mi faceta profesional.

 

Me hizo sentir que de nuevo tenía estatura profesional. Me llevó por toda Europa de lado a lado con la lengua fuera. Aviones, taxis, metros, reuniones, presentaciones.... Me metió de nuevo en reuniones de máximo nivel corporativo. Pero sobretodo le estoy agradecido por haberme dado desde el primer minuto la autonomía que yo creía estaba perdiendo.


Cuando la vida te pone en situación deudora, uno no puede elegir sus opciones, hace concesiones y cede terreno. Primero duda de si mismo y luego pierde su propio criterio para ponerse a rebufo de la opinión que más le conviene. No en la que cree.

 

Antonio me incorporó a los proyectos seguramente sin saber de mi situación ni mis carencias. Pero me regaló el mejor regalo posible: revivir mi ambición y mis ganas de aportar valor a los proyectos.


Una mañana, lo recordaré siempre, desayunando en el jardín de invierno del hotel Krasnapolski de Asmterdam, tuvimos una conversación sencilla acerca de cómo avanzaba el proyecto en el que trabajábamos. Mientras troceaba con el cuchillo unas piezas de futa, me dijo que íbamos a cerrar un acuerdo para trabajar de forma recurrente en varios proyectos nuevos de la cadena. Negociamos unas condiciones de forma exquisita en apenas 1 minuto y terminó de cortar su fruta.

 

Un buen compañero de viaje lo cambia todo
Un buen compañero de viaje lo cambia todo

Aquel momento contuve mis ganas de abrazarle a él y a todo el comedor. De gritar apretando el puño y recorrer el desayunador saltando sobre las mesas. Para él era una de las mil conversaciones similares que tendría aquel día. Pero para mí significaba el final de una angustia vital. Y a la vez un principio. Significaba que mi nuevo formato profesional tenía sentido e iba a funcionar. Me encargó formalmente varios proyectos de hotel, que no solo me daban viabilidad económica, sino personal.  Los siguientes 3 ó 4 años fueron frenéticos e increíbles.

 

Pude conocer mejor a un gran profesional, exquisito en la gestión, exigente y templado, con una infinita capacidad de construir, avanzar, incentivar, mover proyectos y generar empatías. Conocí a su familia, sus circunstancia, sus proyectos, compartimos comidas y viajes.

 

Pero la historia de pronto dio un giro inesperado. El proceso de reinvención le llegó a él. Sin esperarlo.  Antonio salió repentinamente de la gran corporación.

 

Yo siempre supe que le iría bien. Esas cosas se saben. En estas situaciones inesperadas solo hay dos tipos de personas: Hay gente que sabe hacer cosas y gente que solo sabe hacer que otros hagan. Me considero de los primeros y a Antonio también. Bien o mal, sabemos afrontar un papel en blanco, pensar, escribir, explicar, diseñar o gestionar…sin necesitar a otros.

 

En aquel momento complejo, paradójicamente, la vida me daba la oportunidad de devolverle todo lo que me ha ayudado. Durante unos meses buscó y encontró proyectos, incluso se dibujaba ante él un panorama realmente bueno. Nunca me necesitó realmente, pero al menos pude dedicarle tiempo y trabajo a algunas de sus ideas para que pudiera llevarlas a cabo. Trabajé desinteresadamente en algunos de sus proyectos y traté de ayudarle en todo lo que pude.

 

Gracias Antonio por aquellos años en que me sacaste de nuevo al ruedo. A puerta gayola a veces. En plazas grandes y exigentes.  Me pusiste a prueba y me diste permiso para lucirme. Y gracias por demostrar que el ritmo infernal y frenético, la presión y el estrés corporativo son compatible con la calidez humana, la elegancia, la serenidad y la educación. Y gracias por todos los demás proyectos y momentos que después hemos compartido. Somos socios de la vida.

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