A Teo, el genio sencillo.
- E.T.
- 25 dic 2024
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Actualizado: 25 feb

Hace unos meses me encontré de nuevo con Teo, después de varios años de poco contacto. Sin avisarle y de forma casi improvisada, visité su nuevo espacio de trabajo, un auténtico templo del automovilismo, y tuve la suerte de que él estuviera ahí.
Teo fue mi jefe durante un tiempo, en los 90. Yo tendría unos 25 años y me buscaba la vida haciendo varias cosas. Me asocié con unos amigos para hacer trabajos de publicidad porque manejaba los primeros Macintosh y programas de diseño y no se me daba mal. Había trabajado para Luis G Canomanuel y seguía vinculado al mundo de la competición de coches así que Teo, que tenía un equipo de competición, me invitó a ser su Jefe de Prensa durante los fines de semana. Eran unos años maravillosos. Todo juventud, trabajo, viajes y además fue en aquella época cuando conocí a mi mujer.
Recuerdo que fui a verle a su oficina, una nave rodeada de coches de desguace y a la vez el lugar donde coleccionaba coches de carreras míticos. Negociamos mi salario frente a una pizarra blanca, donde hizo algunos garabatos mientras hablaba, escribió una cifra y la rodeo con un círculo. Yo dije que estaba conforme y desde ese día nos entendimos igual de bien siempre. El con esa rotunda lógica de quien ha aprendido solo en la vida. Y yo desde mi agradecimiento y voluntad de hacer las cosas bien.
Durante dos temporadas colaboré con él. Recuerdo que los lunes tras cada fin de semana de competición, me acercaba a verle, charlábamos un rato hasta que sacaba de su bolsillo un fajo de dinero atado con una goma y me decía: “¿Qué te doy Enrique?”.
Él sabía exactamente lo que me correspondía, como sabía al céntimo cada pequeño gasto de su gran negocio. Esa ha sido siempre la clave de su éxito.
Recuerdo un lunes en concreto. Fui a su oficina pero no estaba allí, su ayudante me dijo que estaba en la zona exterior haciendo algo, así que fuimos a verle allí.
Había comprado como ganga un mercedes 500 descapotable que había sido sepultado en unas inundaciones…estaba abollado y rescatado del barro. Una visión catastrófica. Le encontré remangado y con una enorme máquina de agua a presión en las manos. Mientras dos de sus empleado le miraban asombrados y secos.
Teo estaba absorto y se afanaba con el chorro de agua a presión sin miramientos. Saltaban los trozos endurecidos de barro del salpicadero del carísimo coche, el agua entraba a presión por la boquilla del radiocasete, las ranuras del volante, los pulsadores; y empapaba y pisaba con sus botas los asientos de cuero… una visión que realmente hacía daño a los ojos. Hasta que me contó lo que le había costado y cuánto ganaría al repararlo… Y nada mejor que esa situación para entenderle. Propietario de un gran negocio, y muchas operaciones millonarias, peleaba hasta el más mínimo beneficio aunque tuviera que ensuciarse y pelearlo él mismo.
Durante los 20 años siguientes hemos ido compartiendo ocasionalmente décimos de lotería en navidad y charlas de whatsapp con cuentagotas. Últimamente había oído hablar de su nuevo proyecto y le escribí por amistad y curiosidad. Me invitó a visitarle a su desguace. La oficina seguía intacta, y allí revivimos muchas de nuestras experiencias y me contó los detalles y los secretos de su nuevo mega proyecto. Algo que solo podría idear alguien como él. Alguien que no se pone límites. Me mostró los renders de un centro de ingeniería de competición capaz de competir con el de los equipos de Fórmula1. Y al igual que cualquiera de sus otras ideas, también si hizo realidad. Impresionante. Tal y como me la había presentado.
Así que me propueseir a visitarla. Yo recorría con la boca abierta aquel lugar increíble con uno de sus responsables y un amigo. Lo que Teo había construido era la materialización de una vida dedicada al deporte del motor. Con una visión empresarial y un nivel de autoexigencia que pocas personas en el mundo superarían. Pero todo “hecho a pulmón”, como me había contado años antes…con sus propios recursos, para que nadie le dictara un solo renglón.
No le avisé de mi visita ni pedí que le avisaran estando ya allí. Teo es sin duda ahora un hombre ocupado e importante. Simplemente pasamos por delante de su despacho y el estaba allí. Al vernos a través del cristal de su despacho me reconoció enseguida, se levantó con una gran sonrisa y nos invitó a entrar. Quizás por la sorpresa o por otra razón dedicó varios minutos a explicarle a la persona que nos guiaba quién era yo, que era de su núcleo duro y que siempre nos habíamos respetado y estimado por igual. Me abrazó y nos dijo que antes de acabar la visita pasáramos a despedirle.
Eso hicimos, y charlamos un buen rato sobre todo lo que se nos ocurrió.
Encontré un Teo intacto, incombustible y orgulloso de su proyecto. En el rato que charlamos contestó llamadas en segundos, atendió gestiones rápidas, firmó la nota de gastos de un ayudante al que regateó el kilometraje, contestó preguntas que le lanzaban desde cualquier parte, dio instrucciones sobre cómo colocar correctamente algunos de los trofeos de la sala contigua…y en medio de todo eso mantuvo una conversación entrañable, serena y cabal con nosotros.
Teo es, debiera ser, un referente para mucha gente. Por explicarlo de forma sencilla, Teo es un empresario de éxito que está fuera de cualquier estándar. Hecho a sí mismo y sin más formación empresarial que su olfato y su valentía. Una persona que a pesar del éxito cuenta el dinero con sus manos para no perder el control. Pero que a la vez tiene vocación de estar a la última, de actualizarse, de seguir siendo competitivo en cualquier ámbito de la vida. O de inventar lo que no existe. Una persona que ni oculta ni reniega de sus principios, ni de sus maneras y que no duda cuando debe remangarse y bajar al barro para limpiar un Mercedes.
Gracias Teo, por aquellos primeros años de colaboración, y por haber mantenido intactos tu cariño, tus ganas de hacer cosas y tu propio estilo. Como ya he escrito en algún párrafo de este proyecto: un genio no es quien tiene grandes ideas, sino quien consigue hacerlas realidad.
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