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Al timador indio que me regaló una escena de película.

  • Foto del escritor: E.T.
    E.T.
  • 1 feb
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 25 feb


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Estaba de viaje en Dubai, llevaba 48 horas y solo había conocido oficinas, la habitación del hotel y el descomunal Mall de Dubai y todos sus irreverentes alardes y desafíos a la ingeniería.

 

Había decidido perderme por la zona antigua de la ciudad. El conserje del hotel, casi ofendido, me había dicho que cualquier parte de Dubai era segura, así que comencé a caminar sin rumbo, Con una técnica que hasta ahora me ha ido bien en todas las ciudades en las que emprendido ruta sin rumbo, que es solo observar en qué dirección va la gente y buscar la luz.

Llevaba recorridas ya varias manzanas y cada vez me adentraba en zonas más angostas, con más comercio, vida, ruido y suciedad. Estaba acercándome al epicentro.

 

Miraba carteles y escaparates cuando de pronto me cruzé con un tipo que comenzó a hablarme como de pasada, sin detenerse… Yo me giré instintivamente a contestarle que no quería comprar nada, pero no me ofrecía nada en realidad.

 

Me decía algo mientras señalaba mi tripa y decía cosas en inglés con ese acento que solo un indio puede conseguir. De cada 5, entendía 1 palabra y fui construyendo mi novela. El tipo hablaba de su padre, se tocaba el corazón y señalaba mi tripa. Esas eran pistas difíciles de descifrar. Sería un gracioso riéndose de mi barriga? pero luego dijo “pray for you man”… me pidió que rezara.

 

Entendí que me hablaba de un remedio o una medicina, unas hierbas…  Me dijo que apuntara el nombre de una planta que debía comprar y decía cosas muy rápido sobre cómo tomarla, solo entendía que era una vez al día…

 

Como me pareció una conversación casual y me sentí cómodo me dejé liar, me invitó a ir a comprar aquel remedio a una farmacia cercana. Yo intuía ya el enredo, pero en el fondo me apetecía pasar por él. Tenía tiempo y ganas de aventura. Simplemente iría observando la puesta en escena para luego escribirla.

 

Entramos en los bajos de un edificio, una especie de centro comercial viejo y oscuro con tiendas de cualquier cosa. Me sentí algo encerrado, pero seguí adelante. Recordé al conserje del hotel diciéndome que aquella era una de las ciudades más seguras del mundo.

 

Mi Perez Reverte interior aún buscaba un argumento para su novela.

Entramos en un local pequeño pero limpio. Nada exótico, fluorescentes, muebles de formica blanca, un calendario feo y estanterías con medicinas y botes de plástico. Nada cinematográfico por desgracia.

 

Un indio joven y aburrido con un Iphone más grande que el mío levantó la cabeza y nos atendió… Ellos hablaron entre sí con la misma naturalidad que los actores de teletienda, como ese trilero de Madrid que simula pasar por allí y comienza a hacer exclamaciones y llevarse las manos a la cabeza. Su teatrillo consistía en pedirle al tendero algo en voz baja, como mirando alrededor…. una fórmula secreta.

 

Primero sacó un bote descolorido de hierbas y luego otro sin etiqueta. Empezó a mezclar a añadir pequeñas porciones de ambos mientras entre ellos hablaban y hablaban y me miraban sonrientes. Cada poco el primer trilero hacía el gesto de rezar. Cuando la mezcla estaba hecha el señor que me había enganchado me hizo un gesto de complicidad y le habló a su compinche en tono mas bajo. De nuevo miraron a su alrededor como si aquello fuera algo prohibido. Alrededor no había nada pero era una coreografía ensayada al milímetro.

 

El dependiente, sacó de un cajón un papel con varios círculos concéntricos impresos con unos números. Luego sacó una bolsita de plástico con una especie de harina negra y con una cucharita empezó a echarla en el centro de los círculos hasta que el montoncito se extendió y cubrió las dos primeras medidas.  Mi captor me contaba que eran unas raíces traídas de Irán y le exigió a su colega con gestos de indignación llegar al tercer círculo, mientras me buscaba con la mirada y asentía dándose dos palmaditas en el pecho. El montoncito misterioso acabó mezclado con el resto de las semillas que ya apestaba a simple curry.

 

Tras la escena acabaron pidiéndome una fortuna de dinero. Algo absurdo pero algo que ya esperaba.  Algo como 200 euros.

 

Con la misma teatralidad que ellos me habían regalado antes, yo hice el gesto de ofenderme y llevarme las manos a la cabeza. Ojalá alguien me hubiera grabado. Por momentos tuve el temor de que la escena se convirtiera en un tumulto y que acabaran cortándome una mano allí mismo.  Así que preferí ofrecer 120 dirhmas mientras hacia el gesto de girar y vaciar mi cartera… unos 30 euros al cambio. Aceptaron sin más. Para ellos sería un dinero fácil por un poco de alpiste, curry y algo negruzco indefinido. Para mi eran los 30 euros mejor empleados hasta el momento. Un timo en toda regla, pero una gran experiencia que llevarme a casa.

 

Compré mi momento, mi pequeña aventura, pagué por ver aquella película, la pagué algo cara, pero la anécdota la llevo conmigo. Y me hace sentir bien en el fondo. Sabía que quería meterme en el meollo, sabía que ocurriría, pero al menos durante 5 o 6 segundos, el tipo me engaño. Bravo. Gracias por la experiencia. Gracias por timarme. Aún no he probado el remedio pero seguro que no funcionará. Lo guardo en un cajón que apesta a curry porque es una especie de recuerdo que sólo yo entiendo.

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